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Cultura y Educación están indisolublemente unidas si nos preocupa que la dignidad de cada persona esté en primer plano

¿Entendemos que una política cultural no puede quedar al margen de las dinámicas de desigualdad? “Más globalización y también más localización convierten a la ciudad y su entorno en el sitio en el que las cosas ocurren. Un espacio de posibilidades y, como tal, un espacio de conflicto” Así parte Joan Subirats, catedrático de ciencia política y actualmente delegado de cultura del Ayuntamiento de Barcelona en su exposición dentro del curso “Herriak eta Kaleak gizarteak eraiketzeko plazak.” de los Cursos de Verano de la UPV/EHU.

Y hablar de cultura urbana o de cultura de ciudad nos lleva inevitablemente a hablar de valores, de política. “En pleno proceso de desindustrialización, las ciudades cuyo esplendor estuvo precisamente vinculado a la sociedad industrial, buscaron en el “giro cultural” los argumentos que permitieran recuperar capacidad competitiva y reconvertir los espacios en desuso. En la medida que el cambio tecnológico en el sistema productivo (combinado con la financiarización económica) hacía menos necesario disponer de grandes superficies o atraer grandes contingentes de población, el reto era conseguir un alto nivel de excelencia tecnológica y un capital humano altamente capacitado y creativo.”

Las políticas culturales de las ciudades han sido usadas (y manipuladas de manera deliberada) para promover el potencial económico de cada ciudad, evitando así que el único argumento a usar para atraer inversores fuera el “tengo espacio disponible”. La combinación de “ciudad global” y de “ciudad con fuerte identidad local” ha ido sirviendo para construir la idea de destino.

Joan Subirats no se extraña de que se hayan ido produciendo procesos de reconversión industrial o de zonas portuarias, en los que se ha hecho coexistir inversiones en infraestructura cultural, impulso de industrias creativas, módulos para artistas, con presencia de espacios para oficinas y con centros comerciales de formato innovador. Las instituciones públicas han tenido en algunos casos una función relevante al desplazar o crear museos para generar así impactos positivos a su alrededor, gracias a su función icónica. Pero a renglón seguido afirma que la política cultural de una ciudad no puede desprenderse de un conjunto de valores. “Es preciso politizar la política cultural. Es decir, aceptar que dependiendo de las opciones que tome estará beneficiando a unos y perjudicando a otros. No hay opción política que pueda quedar al margen de una distribución desigual de costes y beneficios”

No se trata por tanto de optar entre distintas estrategias aparentemente neutrales o rodeadas de aureolas técnicas impecables. ¿Queremos una política cultural que potencie la capacidad de agencia de sus habitantes, su autonomía personal y colectiva? ¿Entendemos que una política cultural no puede quedar al margen de las dinámicas de desigualdad que siguen creciendo en muchas ciudades y que por tanto deberá cuidar los problemas de acceso y la necesaria redistribución de recursos y capacidades educativas y culturales?

Ahonda aun más al afirmar que “no podemos hablar de cultura sin referirnos a educación, a sanidad, a trabajo o a subsistencia y dignidad individual y colectiva. La política cultural al uso esconde muchas veces esos dilemas, dando por supuestos los valores de partida. No podemos desconectar educación de cultura o de trabajo Tampoco podemos desconectar cultura de salud (condicionantes sociales de la salud), ni tampoco de democracia o de participación política, ya que la correlación entre nivel educativo y cultural y grado de seguimiento e implicación en las actividades y responsabilidades ciudadanas está más que demostrado.

Estamos en un periodo de interregno, de transición entre dos épocas, y el debate cultural de cualquier ciudad no puede escapar de ello. La política cultural del gobierno de la ciudad ha de tratar de incidir positivamente en ese escenario, favoreciendo el surgimiento de nuevos espacios que construyan prototipos, experimenten nuevos lenguajes y construyan nuevas prácticas. Entre artistas, educadores, diseñadores, activistas o espacios comunitarios.

Cada ciudad tiene un “cultural mix” específico que mezcla protagonismos institucionales, asociativos, mercantiles y comunitarios. Y es ese conjunto plural de intervenciones el que acaba configurando un espacio cultural público y urbano determinado. Cada vez resulta más claro que el cambio de época no permite mantener políticas simplemente continuistas ni tampoco rutinas procedimentales que pueden parecer seguras pero que cada vez resultaran más obsoletas…. En muchos casos hay que repensar las preguntas. ¿Siguen teniendo sentido los museos? ¿Qué papel juegan las bibliotecas en el escenario digital?

Hacía más preguntas: ¿Cómo se articula la colaboración institucional, social y comunitaria? ¿qué modelos de subsistencia artística y creativa son posibles en un escenario de precarización generalizada? ¿Cómo se articula la colaboración institucional, social y comunitaria? ¿No deberíamos superar la concepción que equipara lo institucional con lo público?

La educación está inmersa en un gran cambio que afecta no solo a contenidos o a formatos, sino también a edades y ciclos. Si la educación fue en el siglo XX la gran política redistributiva, que junto con la sanidad, trataba de evitar los procesos de desigualdad y facilitaba procesos de ascenso y crecimiento personal y colectivo, hoy en ese camino hemos de incorporar a la cultura en todas sus vertientes. La desigualdad social ya no se palia solo con igualación en obtención de grado y nivel escolar, sino que la batalla hay que darla en los aspectos no formales e informales de los procesos de aprendizaje y de construcción del bagaje cultural.

Joan Subirats sentenciaba diciendo que cultura y educación están por tanto indisolublemente unidas si nos preocupa un futuro en el que la autonomía personal, la igualdad de condiciones y posibilidades y el reconocimiento y la dignidad de cada persona estén en primer plano.