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La lengua vasca en la antigüedad en Aquitania y en la Castilla de la Edad Media

El material lingüístico pre-romano con el que ha venido trabajando Joaquín Gorrochategui en Aquitania son los nombres propios de personas, pueblos o dioses insertos en inscripciones latinas. Se trata por ejemplo, de inscripciones funerarias donde aparecen nombres no latinos sino indígenas, que nos indican la lengua que podía haber existido en ese lugar. En Aquitania las inscripciones funerarias cuentan con el nombre de la persona fallecida, de su padre y el nombre también de quien colocaba la lápida, que podría ser la mujer, hijo o hija o cualquier persona cercana.

Explicaciones que se daban en el curso “los límites del euskera en la antigua Vasconia” que reúne a una decena de filólogos, lingüistas e historiadores.

Las otras fuentes de Joaquín Gorrochategui son altares o pequeñas aras que se erigían en agradecimiento a algunos dioses, donde aparecen también nombres propios, del devoto o del dios o la diosa. Se erigían en pequeños santuarios que se han localizado arqueológicamente pero habitualmente las inscripciones se han ido diseminando en el entorno. Las piedras siempre se han aprovechado y de ahí que aparecieran en paredes de ermitas o casas, es decir y en palabras de los arqueólogos “sin contexto arqueológico” “Con estos nombres autóctonos y haciendo un análisis lingüístico comprobamos que hay nombres que remiten a la lengua gala que se hablaba en lo que es actualmente toda Francia, Norte de Italia y otros lugares de Europa. Aparecen otros nombres que no se explican mediante esa lengua y que sin embargo tienen paralelos muy claros en euskera, y otro grupo de nombres “no tan claros” pero que en sus sonidos y en sus elementos formativos presentan algunas características externas que son coherentes con la lengua vasca e incoherentes o contrarias a la lengua gala”. Es decir, hay una lista de nombres con algunos claros paralelismos con nombres vascos, otros no tan claros, pero son coherentes con lo que sabemos de lo que podría ser el euskera de esa época.

Entre los ejemplos claros de correlato con el euskera menciona Cison, Cisonten en aquitano siempre referido a varones, como equivalente a “gizon” en euskera. Andere y todos sus derivados son siempre nombres de  mujer, equivalente a “andere” o al actual “andrea”. Los mismo ocurre con la grafía Sembus, Sembeco, Ombeco, que son siempre nombres de varón y comparables con euskera “seme” o “umea” en euskera de la edad media. Se han hallado también otros nombres con ciertas diferencias, pero aún reconocibles en vocablos vascos actuales como Harsi que respondería en euskera a “hartz” ‘oso’, Oxson como “otso” ‘lobo’, p. ej. apellido Ochoa, o Aher como “aker” o “akerra” actual ‘macho cabrío’. Por último hay nombres sin correlato vasco claro, pero que tienen esas características compatibles con el euskera de hace 2000 años, p. ej. Barhosis, Bonexsi, Hahanten, Narhonsus, etc.

“No tenemos una inscripción entera en el idioma indígeno para asegurarlo. Todas están en latín pero hay detalles que hacen sostener nuestra tesis como los ejemplos de palabras con el sufijo “co” como Senicco, el sufijo “tar” o el “to”, como en Nescato.

Geográficamente nos estamos situando en la Aquitania “Novempopulana” es decir, desde el nacimiento del río Garona, en el valle de Arán, hasta el Atlántico a lo largo de los Pirineos centrales y occidentales, y por el norte por la llanura gascona hasta el Garona.

La documentación es muy abundante en los Pirineos centrales (de Tarbes o Lourdes hasta el Saint-Girons, pasando por los valles del Adour, Neste, Aure, Luchon y Garona, con poblaciones históricamente importantes como Bagnères de Bigorre, Bagnères de Luchon o Saint-Bertrand-de-Comminges), que va descendiendo según vamos al oeste y al norte porque hay menos inscripciones latinas. Todos estos nombres tienen una comparación con los aparecidos en Navarra, en Cinco Villas de Aragón (Huesca) y en “Tierras Altas” de Soria.

Toda esta documentación se data mayoritariamente entre los siglos I y III d.C. La Aquitania fue conquistada por Julio César, y a partir de Augusto aparecen las primeras inscripciones latinas. Aún podrían darse nuevos hallazgos arqueológicos en Aquitania. Una de las mayores sorpresas, recuerda Joaquín Gorrochategui, fue la aparición de más de 30 nombres aquitanos no en Aquitania sino en Alemania. En un dragado del río Rin dieron a parar con los restos de un pecio antiguo, de donde rescataron entre diverso material metálico unas láminas de plata dedicadas al dios Marte. Afortunadamente aparecían los nombres de los devotos, que curiosamente eran todos aquitanos. La hipótesis sostiene que a mediados del s. III hubo un saqueo de templos y santuarios por parte de bandas guerreras de germanos que llegaron en razzias hasta la Aquitania pirenaica, saqueando lo que se encontraban a su paso: estas láminas formaban parte de su botín, aunque el destino en forma de naufragio hizo que no pudieran fundirlas y reaprovecharlas, llegando intactas hasta nuestros días.  

Los nuevos hallazgos dependen de los arqueólogos, los avances lingüísticos de los nombres serán, a su juicio, más lentos. La tarea realizada por Michelena y Gorrochategui posteriormente en los años 80 está muy asentada. El Catedrático ha profundizado en estos estudios así como en su teoría sobre los nombres vascones en Navarra y en “Tierras Altas” de Soria, donde el hallazgo reciente de unas lápidas latinas con nombres indígenas confirman sus hipótesis, planteadas ya en 1993, de que los habitantes de aquellos altos valles ganaderos usaban una lengua vascona.

Otra cosa es la conocida toponimia vasca de los valles del río Oja en La Rioja (Ezcaray) y del río Tirón en Burgos (Pradoluengo y Belorado) que responde a un repoblamiento posterior de época alto-medieval, ya que dicha zona en la antigüedad, perteneciente a tribus célticas como los berones y autrigones, presenta textos indígenas en lengua celtibérica.

De la Edad Media y los vestigios del euskera en la toponimia vasca al sur del Ebro es experto David Peterson.  

Aunque haya habido debates sobre si el origen de esta toponimia era pre-romana o una aportación medieval, a juicio del profesor de Historia Medieval de la Universidad de Burgos David Peterson, conviene distinguir entre dos estratos, ambos  medievales. 

El primero se concentra casi exclusivamente en lo que era Castilla en la Edad Media, y por su distribución y morfología cronológicamente responde al Medievo, los siglos VIII y IX. La distribución geográfica, eminentemente serrana, es importante. “Ezcaray, donde la toponimia es especialmente importante (cientos de parajes y términos tienen origen vasco) pertenecía a Castilla en la Edad Media". Hay que tener en cuenta que en esa zona se creó una frontera- entre al-Andalus y el reino de Asturias- a mediados del siglo VIII como consecuencia de la guerra entre árabes y bereberes, después de la cual el emirato de Córdoba perdió el control sobre el noroeste de la península. Entonces emerge Castilla como marca fronteriza frente a la Tierra de Nájera, todavía controlada por los musulmanes. Sería en este contexto de un territorio fronterizo, quizá muy militarizada o con necesidad de población, que se produce una inmigración de gente proveniente de Álava que explicaría para David Peterson la toponimia vasca en la zona.  

Ésta abunda sobre todo en las cabeceras serranas de los ríos que fluyen hacia el Ebro como son el Oja, Tirón y Oca y el Arlanzón que va hacia el Duero, todos ellos en la vertiente septentrional de lo que hoy se conoce como la Sierra de la Demanda. Que la toponimia resultante es medieval y no prerromana lo demuestra, además, la proliferación del artículo vasco “-a” en muchas palabras, y otras características internas apuntan hacia un origen alavés. Aporta ejemplos como Lizarraga (actual Fresneda), el monte Larrehederra o el monasterio de Faranlucea <haran luzea>), todos ellos provenientes de la documentación medieval de monasterios de la sierra como San Millán de la Cogolla. 

Durante todo este periodo, el valle inferior del Oja había funcionado como tierra de nadie, pero allí en el siglo XI, con la desaparición de la antigua frontera, “emerge un segundo estrato toponímico en el interfluvio Oja-Tirón (entre Santo Domingo de la Calzada y Haro, aproximadamente) de pueblos con el sufijo característico -uri: Cihuri, Herramelluri, Ollauri, Ochanduri, hasta 20 asentamientos de este tipo documentados en el Medievo”  

Insiste en la importancia de la documentación medieval para desvelar la etimología auténtica de muchos topónimos, algunos totalmente opacos hoy en día, otros que adoptan formas engañosas. Es el caso de Pradoluengo (antiguamente, Padurluengo, un híbrido de vasc. 'padura' + cast. ‘luengo’.) 

David Peterson, de origen británico, veía procesos paralelos entre las dinámicas de ocupación y nombramiento del territorio observadas entre los pueblos anglosajones, vikingos y celtas en las Islas Británicas. Mismas dinámicas que le llamaron la atención cuando llegó a España hace 30 años, en donde quizás no se han estudiado como sí se ha hecho en Gran Bretaña. David Peterson echa en falta una mayor comunicación en el medievalismo hispano entre historiadores y filólogos en pro de un trabajo que a su juicio sería más productivo.