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Las viviendas colaborativas de mayores no sólo buscan mejorar su salud y bienestar, sino construir proyectos de vida significativos

“La proliferación de proyectos comunitarios diversos puede interpretarse como una respuesta a los efectos de la individualización social en la vejez, especialmente en los contextos más urbanos” ha afirmado Daniel López, Doctor en Psicología Social en su intervención en el Curso de Verano “Arquitectura Inclusiva: nuevos retos en la Accesibilidad Universal y la Inclusión Social en los espacios habitables”.

Vivienda colaborativa es un concepto “paraguas” que aglutina modelos que han tenido desarrollos diferentes pero que se articulan en torno a comunidades que se autogestionan, desarrollan mecanismos de apoyo mutuo y tienen voluntad de transformación de su entorno.

Uno de los grandes problemas al que tratan de dar solución estas cooperativas es la desatención de las personas mayores. Este es un problema muy generalizado, pero especialmente acuciante en las zonas más rurales, donde, hay escasez de plazas de residencia públicas y donde el cuidado que presta la familia es, a día de hoy, insuficiente e insostenible.

Muchas de las personas que forman parte de estas cooperativas no pueden permitirse una residencia privada y no pueden acceder a la residencia pública, ya sea porque su pensión es demasiado alta o porque en su municipio o barrio no hay plazas de residencia. Además, no desean que su familia se haga cargo de su cuidado o sencillamente no disponen de una familia cerca que pueda atenderle en caso de necesidad. En ocasiones, estas personas han tenido que cuidar de sus padres y no quieren que sus hijos y/o hijas pasen por lo mismo.

Las mujeres del núcleo familiar y de la familia extensa, que eran tradicionalmente las que se encargaban del cuidado de las personas mayores, se han incorporado al mercado de trabajo, se han trasladado a zonas urbanas, a otros pueblos, incluso a otros países, y en algunos casos han dejado paulatinamente de considerar ésta como una responsabilidad que deben asumir a solas. De hecho, esta situación se produce en buena parte porque la naturalización del cuidado como algo intrínsecamente femenino sigue operando y obstaculiza su redistribución entre los hombres. Esto ocurre incluso en los proyectos de cohousing, que nacieron en buena medida como un instrumento de emancipación de las mujeres.

Los proyectos de vivienda colaborativa suponen un cuestionamiento ético y moral de los clásicos “centros geriátricos” al uso. Estos se ven como entornos deshumanizados que no respetan la dignidad de la persona y contribuyen a su desarraigo, ya que se obliga a los residentes a convivir con personas que no conocen y en entornos que no han decidido. Además, son entornos gestionados por los y las profesionales y por tanto están diseñados para que la función asistencial prime sobre otros aspectos de la vida (desde cuestiones estéticas a la capacidad para decidir cuándo desayunar o irse a dormir). En respuesta a este modelo algunas cooperativas deciden construir un centro residencial pensado para que un grupo de personas mayores puedan envejecer dónde, cómo y con quién quieran. Se trata de centros que se ajustan a la normativa de residencias y disponen de los servicios asistenciales necesarios para cubrir todas las necesidades hasta el final de la vida. Sin embargo, por el modo de gestión y por el propio diseño arquitectónico y de los servicios, se asemejan más a apartamentos con servicios. La mayor parte de equipamientos en estos centros están pensados para que los y las cooperativistas puedan desarrollar sus actividades: bailes, conciertos, video-fórums, piscina, reuniones, capilla, sala de meditación, gimnasio, peluquería, etc. Además, en muchos casos, estas cooperativas promueven la implementación de modelos de servicios de atención centrada en la persona (ACP) y la no segregación de las personas en situación de gran dependencia. De esta manera, se busca que el centro de la vida no gire en torno a la asistencia sino a las actividades que pone en marcha la cooperativa.

Por otro lado, estas cooperativas son también una respuesta crítica a las políticas de envejecimiento en el hogar. Los servicios de atención en el hogar, permiten que la persona pueda envejecer en casa de manera segura pero no solventan situaciones de soledad no deseada y aislamiento, justamente uno de los problemas al que dan respuesta estas cooperativas. La mayor parte de cooperativas buscan construir una comunidad de iguales con la que compartir la vejez. Esto supone importantes retos, ya que cuanto más peso se da a la función asistencial en el diseño del centro, parece más difícil articular una vida comunitaria activa y significativa para los residentes. Si la función asistencial es preponderante, los y las socias no suelen ir a vivir hasta que necesitan asistencia. Esto, a su vez, contribuye a reforzar la idea de que se trata de una residencia a la que uno va cuando realmente “está mayor” y necesita ayuda. Además, las normativas que deben cumplir estos centros son las mismas que las de las residencias tradicionales, y no es fácil simultáneamente cumplir y hacer adaptaciones y ajustes que favorezcan una vida más autónoma para los residentes y socios del centro.

Por esta razón, la construcción de una comunidad de convivencia, en algunos casos, pasa por no colocar en el centro los servicios asistenciales. La contratación y gestión de los servicios asistenciales se articula a medida que van surgiendo necesidades concretas y cuando el apoyo mutuo entre los residentes es insuficiente. Además, su vocación no es traer los servicios al centro sino aprovechar los servicios públicos que ya ofrece el municipio. Esto hace que este tipo de cooperativas vayan más dirigidas a personas que quieren, principalmente, encontrar un grupo con el que convivir y compartir proyectos durante la vejez y no tanto tener asegurados los servicios asistenciales para el día de mañana. Sin embargo, dotarse de servicios asistenciales a medida que van apareciendo necesidades sin comprometer la sostenibilidad del proyecto es un reto al que hacen frente este tipo de proyectos.

Algunos de los proyectos en gestación no se articulan tanto en torno al compartir recursos asistenciales sino en torno a la construcción de un proyecto de vida comunitario a partir de valores específicos y con un carácter intencional y colaborativo mucho más marcado. Son proyectos con una morfología muchos más variable respecto al tipo de colectivo, el tipo de vivienda y el tipo de vinculación con la administración, pero el problema parece ser común. No es tanto la falta de asistencia como la falta de un grupo con el que compartir la vejez y desarrollar proyectos de vida significativos.

Por esta razón, muchos de estos grupos proyectan la vivienda como un espacio de convivencia para personas con ciertos valores y estilos de vida: personas mayores que quieren convertir su centro en un espacio abierto al barrio y/o pueblo en el que ofrecer apoyo mutuo y generar dinámicas de transformación social, personas LGTBI que quieren vivir en un “entorno seguro” y respetuoso con la diferencia; personas que quieren orientar su vejez a desarrollar una vida más espiritual en torno a determinados valores y creencias (comunidades budistas, cristianas, etc.); personas que quieren desarrollar una forma de vida más sostenible, lejos de las ciudades y de acuerdo a planteamientos como el decrecimiento y la permacultura. Además, en algunos casos estos proyectos se vehiculan a través de proyectos arquitectónicos en los que hay que construir una vivienda nueva. En otros casos, sin embargo, se busca aprovechar espacios ya construidos, reaprovecharlos o simplemente generar nuevas relaciones sociales y formas de convivencia sin necesidad de construir nada nuevo o hacer un cambio de vida rotundo.

Tras las cooperativas de la “primera ola” han aparecido una serie de empresas dedicadas a facilitar el desarrollo de este tipo de proyectos a personas que, a diferencia de las primeras cooperativas, no forman parte de grupos con una historia compartida y un funcionamiento coordinado, pero se sienten atraídos por este modelo de vida para su vejez. Estos “facilitadores” ponen en contacto a las personas interesadas, ayudan en la composición de los grupos, ponen en marcha procesos de diseño participativo para ajustar la localización y el diseño arquitectónico a las necesidades del grupo e incluso median con la administración para encontrar fórmulas imaginativas para abaratar el desarrollo de los proyectos a cambio de ofrecer algún beneficio al resto del barrio o comunidad. Como ha ocurrido en otros países, la emergencia de este nuevo sector profesional es importante en la expansión de este tipo de proyectos. Pero más importante si cabe, es la implicación por parte de la administración local. En este sentido, también se está produciendo un cambio. Tras la crisis, estos proyectos han empezado a ser vistos por algunas administraciones como innovaciones sociales que no sólo pueden revitalizar la economía y el tejido social de un determinado barrio o pueblo, sino que previenen y retrasan la dependencia funcional de las personas mayores y fomentan un “envejecimiento activo” y “empoderado”.

En este sentido, el surgimiento de las viviendas colaborativas de mayores puede suponer un impulso a las políticas de envejecimiento activo. Los proyectos de vivienda colaborativa de mayores son proyectos que no sólo buscan mejorar la salud y el bienestar de las personas mayores sino construir proyectos de vida significativos y relevantes para las mismas personas mayores, su comunidad y entorno. Más allá de sus efectos psicosociales, su desarrollo también tiene implicaciones políticas: abre un debate necesario respecto al estatuto de ciudadanía de las personas mayores y una renegociación en clave de derechos y deberes con el Estado y el mercado. Además, el desarrollo de estos proyectos supone la puesta en práctica de mecanismos de participación ciudadana con potencial para empoderar a los colectivos implicados, contribuir a que las políticas dirigidas a estos colectivos estén menos “sectorializadas”, se articulen desde una óptica intergeneracional, y sean más sensibles a su propia diversidad.