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Ante un suicidio la familia puede sentirse culpable

Un aspecto de gran interés en la clínica -y poco tratado sistemáticamente hasta el momento- es el tratamiento del duelo de los familiares de las personas suicidadas. Los familiares pueden mostrar sentimientos de culpa, preguntarse por qué lo hizo o por qué no hicieron ellos algo más para evitar la muerte del suicida, vivir lo ocurrido como una mancha en la familia y sentir otras muchas emociones negativas, como angustia, culpa, vergüenza o autodesprecio, así como llegar a experimentar el reproche de personas del entorno, lo que genera aislamiento y estigmatización.

El pesar por la muerte de un ser querido, máxime cuando se ha tratado de un suicidio, es una experiencia que todos los seres humanos sienten. Sin embargo, no todos experimentan las mismas necesidades psicológicas ni tienen los mismos recursos personales y sociales disponibles. La muerte de una persona allegada es un factor muy estresante, pero muchas personas se muestran resistentes emocionalmente para superar este trance. La pena mórbida se produce cuando la persona experimenta durante el proceso del duelo emociones negativas (tristeza, ira, culpa, confusión) muy intensas y duraderas que interfieren negativamente en su vida cotidiana. En estos casos el tratamiento debe darse de forma temprana para evitar la cronificación de los síntomas. Los grupos de autoayuda pueden ser una ayuda complementaria, sobre todo cuando las personas afectadas por la pena mórbida se encuentran aisladas socialmente.

No existe una receta mágica sobre la manera de afrontar esta experiencia amarga, pero sí hay ciertas directrices que pueden facilitar este trance. En primer lugar, cada persona necesita su propio tiempo y va a sobrellevar el duelo a su manera, de una forma que no es necesariamente intercambiable con la de otras personas. Y, en segundo lugar, el paso del tiempo, la expresión de las emociones sentidas, el apoyo social y familiar, la reanudación de la vida cotidiana y la implicación en actividades gratificantes pueden ser suficientes para superar parcialmente el malestar emocional. Aceptar el sufrimiento y sobreponerse a él es algo muy positivo. Después de todo, la esperanza y el espíritu de superación forman parte del instinto de conservación y de supervivencia del ser humano.

Hay algunos casos, sin embargo, en que por diversas circunstancias personales (una personalidad vulnerable, la acumulación de pérdidas anteriores, etcétera), situacionales (una muerte brusca o violenta, el fallecimiento de un hijo, etcétera) o sociales (la falta de apoyo requerida) el malestar emocional por la muerte de un ser querido se convierte en un duelo patológico que genera un profundo malestar emocional y que interfiere negativamente en la vida de la persona. Es en estos casos cuando se requiere una intervención profesional psicológica y/o médica.

Hay algunos retos importantes en el ámbito de la investigación del suicidio para los próximos años: detectar personas de alto riesgo y evaluar correctamente el riesgo de suicidio con herramientas diagnósticas adecuadas; establecer estrategias apropiadas de intervención basadas en la evidencia; diseñar programas específicos para jóvenes y adolescentes, así como para personas ancianas; poner en marcha medidas concretas, dirigidas sobre todo a las personas más vulnerables, para reducir los factores de riesgo (abuso de alcohol y drogas, exclusión social, depresión y estrés); y proponer programas psicoeducativos efectivos, de tipo preventivo, para familiares de personas que han cometido un intento de suicidio (WHO, 2014).

Por último, hay que poner un gran énfasis en la prevención primaria con los niños y adolescentes en la familia y en la escuela (por ejemplo, en el ámbito del acoso escolar o de los desengaños amorosos). Se trata así de prestarles un apoyo afectivo incondicional, de acostumbrar a los adolescentes a que pidan ayuda cuando la necesiten y de enseñarles a afrontar emociones y situaciones negativas (porque los adolescentes tienen una tendencia terrible a dramatizar). Se trata también de evitar que un problema que se repite mucho, como el bajo rendimiento académico o el consumo de drogas, se convierta en el único tema de conversación y de aumentar las oportunidades de compartir con los hijos actividades gratificantes de forma regular.