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El duelo no es una enfermedad, reprimirlo trae consecuencias posteriores

“No hay mayor gesto de altruismo que cuando la familia cuida de un enfermo terminal” ha afirmado el psiquiatra de la Fundación Matía Xabier Álvarez en su intervención en el Curso de Verano “Los derechos no caducan con la edad ni con el deterioro cognitivo”.

La labor del psiquiatra al acompañar a una familia que está pasando este trance se centra en la figura del miembro más vulnerable, que es el paciente. Pero, a la vez, hay otra figura muy vulnerable que suele ser la persona que cuida constantemente de la persona enferma. La mayoría son mujeres que se dedican exclusivamente al cuidado del familiar y no se separan del /a paciente. “Hay que cuidarla mucho porque llevadas por un sentimiento de culpa se entregan al cuidado del enfermo y no aceptan los cuidados paliativos.”

Otra figura familiar que los psiquiatras identifican en estas circunstancias es la que denominan “el hijo de Bilbao”: es el hijo/a que aparece en el último momento y, llevado también por un sentimiento de culpa, cuestiona todo lo que se ha hecho durante la enfermedad.

Para evitar este sentimiento de culpa los profesionales recomiendan que se cuide la atención durante la enfermedad, acompañando al paciente mientras vive.

Una vez la persona querida falta hay que enfrentar el duelo. Hasta no hace mucho tiempo el duelo tenía que durar 2 años. Estaba estipulado socialmente y quien no seguía las normas que fijaba el luto era criticado duramente. Hoy, en cambio, la sociedad nos obliga a estar bien siempre. Ante la pérdida de un ser querido se dicen frases como “tienes que ser fuerte”; “tienes que salir, hacer cosas”;” a él/ella no le hubiera gustado verte así”… Cuando la realidad es que se necesita tiempo para procesar la ausencia. “Hay que ser consciente de que te toca estar mal y permitirse a uno mismo estar mal”.

“El duelo no es una enfermedad, reprimirlo trae consecuencias posteriores. Es un proceso universal, lo pasan todas las personas, es inevitable y se hace a nivel individual y colectivo”, ha dicho el ponente. Durante el proceso hay diferentes síntomas que se repiten en todos los casos. Unos son físicos: vacío en el estómago, opresión en el pecho, dolores de cabeza, falta de aire… Y otros son psicológicos: alucinaciones (le veo, le escucho, le siento), desorientación (de repente no sé dónde estoy), falta de interés por las cosas y personas…

La diferencia de cómo se gestione el duelo puede llevar a que no se supere la pérdida y “se conviva con los muertos. Es el caso de cuando muere el abuelo y nadie se sienta en su silla. Toda la familia sigue conviviendo con la persona fallecida. Eso no es sano”.

Si el proceso se elabora correctamente puede ser largo y duro pero al final se consigue que la persona gestione la pérdida y encuentre su lugar en la vida sin la compañía del ausente, adoptando nuevos roles. Sintiéndose más esperanzado/a.