El envejecimiento, oportunidad y problema a dosis iguales: nuevos índices y medidas en evaluación de demencias y deterioro cognitivo
El envejecimiento viene hoy en día asociado a un estigma negativo: Es la época de más gasto sanitario, de mayor gasto social, pero sobre todo, de menor devolución de capital de todo tipo a la sociedad, por una ausencia de rendimiento laboral básicamente. Esto denota una laguna en nuestra configuración social, dado que es en esta etapa vital donde precisamente disponemos de un capital incuantificable que, de otra forma, resulta inalcanzable para el ser humano: La experiencia, el bagaje de todo lo vivido. Y esto no supone un buen argumento para darle la vuelta al sistema y prolongar sine die la edad mínima de la jubilación, sino de darle la vuelta entendiendo que es entonces donde más debemos aportar en este sentido, remodelando para ello el sistema en su conjunto, especialmente en las profesiones donde la experiencia vivida resulta en un alto valor.
Pero para ello, se requieren otros cambios adyacentes que posibiliten dotar de un mayor valor al envejecimiento: Sociales, estructurales, económicas y un largo etcétera. Éstas, deben llegar desde el ámbito de la política, porque es desde este ámbito desde el que se planifican los programas sociales y estructuras futuras, pero también desde el área social, esto es, cada uno de nosotros debe tomar determinadas medidas, debe llevar a cabo determinados cambios personales, ideológicos y de valores que posibilite la que pudiera ser la próxima revolución: Recuperar el valor social por encima del capital o dinerario.
Si comenzamos analizando la situación actual que vivimos en torno al envejecimiento, lo primero que nos vendrá a la cabeza es el sistema de protección social que hemos diseñado, por un lado a nivel asistencial (en especial dirigido aquellos que no pueden valerse del todo por sí mismos) y por el otro a nivel económico (la reforma de las pensiones es un debate candente hoy en día). Y es que, si atendemos al primer nivel, observaremos que los modelos han cambiado completamente, desde aquellos más individuales donde un cuidador informal (generalmente la esposa) cuidaba del más afectado, de forma que se tejía una red que sumía en la dependencia tanto al dependiente como al cuidador de éste. Teniendo en cuenta que la calidad de vida a niveles generales era más precaria que la que tenemos ahora, con una esperanza de vida más reducida, enseguida visualizaremos a parejas aisladas a los 65 años (nada más jubilarse) si una de ellas era relativamente dependiente. Y así sucedía. Y así sigue sucediendo hoy en día: Esas personas que se aíslan por culpa de la dependencia, ya sea por cuidar a otros o por su propia dependencia progresiva, terminan siendo aquellas que luego perecen de una manera solitaria, aislada y “lejos” (al menos del recuerdo e ideario) de la sociedad… Sea como fuere, hemos pasado a modelos asistenciales más colectivos, donde en principio veíamos cómo en grupos reducidos y con la estimulación de lo social, la dependencia, la enfermedad y todo lo negativo que viene asociado al envejecimiento, terminaban demorándose… hasta hace unos años, donde la urgencia de lo económico requiere de otro cambio social, y se pasa de modelos de tamaño medio, a modelos macrodonde se prima más (nuevamente) el capital monetario que el social, todo y cuando, como veremos, las personas cuyo aporte personal más se valora, con cuidados individualizados semiprofesionales (no volviendo a modelos de cuidados informales, como antaño) resultan posteriormente en los que más calidad de vida tienen y los que mantienen, por un mayor espacio de tiempo, una mayor autonomía, independencia en la movilidad y aportan, al fin y a la postre, mayor valor social. Por ello, debemos seguir de cerca los modelos nórdicos, que tienen una visión intermedia entre ambos modelos, flexibilizando (que no imponiendo) la edad de jubilación en una horquilla de 15 años (de los 65 a 80 años), incentivando la estancia en la carrera profesional, pero dando libre opción de decisión al retiro en cualquier momento; a su vez, se incentivan las actividades donde se aporta esa experiencia mencionada.
Así, este bloque pretende ofrecer datos demográficos, sociológicos, económicos y humanos que nos permitan redefinir nuestros valores como sociedad y, con ello, el modelo de desarrollo humano que queremos tener; para nuestra generación, pero sobre todo para la de nuestros hijos.
Por otro lado, sucede en las demencias, que no tenemos índices a nivel cognitivo que nos den una información rotunda acerca de la existencia (o no) de un proceso neurodegenerativo. Así, existen múltiples trastornos similares a las demencias o que cursan con sintomatología muy parecida, que se pueden confundir con el inicio de una enfermedad neurodegenerativa. Para evitar esto, como se verá en las otras conferencias de este curso, una decisión de investigación que se ha tomado de manera implícita, ha sido la de valorar las funciones cognitivas de otras maneras, revolucionando así las evaluaciones en este ámbito. Empero, otra de las alternativas en las que se trabaja es en sacar provecho a variables y aspectos que estaban muy poco trabajados, y que aunque mostraban evidencias de funcionar y ser necesarias para tener en cuenta en el deterioro cognitivo, por tiempo, recursos y formación de los profesionales, se habían dejado completamente apartadas y no entraban en ningún protocolo diagnóstico, así como de intervención. Debemos, por tanto, unir variables humanas a las cognitivas que tanta importancia se les da en la clínica.
De esta forma, estas variables de las que hablamos, a menudo no se comportan con índices cuantitativos al uso ni miden funciones específicas de una manera cardinal. Esto supone que a menudo se haga difícil discernir si su afectación viene derivada de la patología en sí, o de otros aspectos vitales. Además, a menudo se ven sesgadas por los rasgos personales del informador, ya sea éste el cuidador o el propio paciente. Sea como fuere, han venido para quedarse y, como veremos a partir de la tesis doctoral del Dr. Iban Onandia H., suponen elementos que incluso además de podernos ayudar a discernir si ha comenzado ese proceso patológico, suponen un punto de intervención imprescindible si queremos potenciar las mejoras que consigamos con otras medidas más “tradicionales”.
Las variables de las que hablamos son los índices de Calidad de Vida (y dentro de la misma, y de manera más específica, la Calidad de Vida Relacionada con la Salud), aquellas variables más centradas en el cuidador informal o acompañante habitual del paciente (sobrecarga, síntomas emocionales) y otras que, aunque no sepamos muy bien cómo manejar, es imprescindible entender cómo funcionan en la prevención y posterior desarrollo (si sucede) del proceso neurodegenerativo: La Reserva Cognitiva y el ejercicio físico, entre otros, sobre todo visto en la edad media del ser humano.
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