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La violencia “sexual” no es tal. Se trata de violencia patriarcal

“Lo que cada sociedad considera “violencia” es un consenso. Así, no resulta demasiado osado afirmar que las sociedades tienen las violencias que toleran. A través de las leyes o de la concienciación social, las sociedades pueden volverse más intolerantes hacia determinadas expresiones de violencia, de manera que comportamientos que -inicialmente- podrían haberse considerado normales, comienzan a considerarse violentos. 

El ejemplo claro es la intolerancia contra la violencia hacia la infancia, que -en cuestión de una generación- ha pasado de considerarse un comportamiento normalizado -y casi una herramienta pedagógica- a ser condenada socialmente y punible según la legislación”. Bajo esta premisa partía la periodista y militante feminista Irantzu Varela su exposición sobre los estereotipos de la violencia sexual en los medios de comunicación.

Para responder a la pregunta ¿Qué es violencia sexual? Varela precisaba “la violencia sexual es un concepto “líquido”, en el que no se consigue alcanzar un consenso ni siquiera en lo que a delimitarlo jurídicamente se refiere. El código penal español establece la diferenciación entre abuso sexual y agresión sexual en la utilización de la violencia o la intimidación. Pero la propia idea de violencia o intimidación resultan difíciles de delimitar, como lo prueban las sentencias contradictorias en torno a lo que es violento y a lo que es intimidación”

En todo caso, y lo ha querido remarcar, en la sentencia de La Manada, se recoge como hechos probados que la víctima fue sometida a 11 penetraciones vaginales, orales y anales en 18 minutos, que fueron practicadas sin su consentimiento y -aun así- esto no se consideró violento. Es evidente que hay un marco de interpretación demasiado amplio sobre lo que es y no es violencia.

Irantzu Varela iba más allá al considerar que la violencia “sexual” no es tal. Se trata de violencia patriarcal. Es una violencia ejercida contra las mujeres, es una violencia sistémica y sistemática, y tiene un objetivo ejemplarizante.

Es una violencia heredera directa de la caza de brujas, el genocidio más silenciado de la historia de Europa, en la que cientos de miles de mujeres fueron torturadas y asesinadas en las plazas públicas, para imponer una feminidad funcional al sistema capitalista que se estaba consolidando. Es una violencia que en boca del Inquisidor al cargo de los feminicidios oficiales en Euskal Herria, consideraba que “había que matar a unas cuantas, para educar a todas”. Es una violencia que “casa” perfectamente con el orden heteropatriarcal, en el que las mujeres se convertían en cuidadoras y satisfactoras sexuales gratuitas, en nombre del amor romántico o del miedo a su marido violento, según el caso.

A su juicio, ahora, la familia heteronormativa está herida de muerte y la violencia se ha trasladado a otras expresiones, en las que los hombres ya no sólo consideran que tienen derecho a conseguir una mujer que satisfaga sus deseos y cubra sus necesidades domésticas, sino que tienen derecho a acceder a los cuerpos de las mujeres y a las prácticas que se les ocurran. Así, lo que nuestra sociedad, en 2019, considera violencia sexual es una convención según la cual, la mujer a cuyo cuerpo se ha accedido debe demostrar que tomó todas las medidas posibles para impedir ese acceso, y así se creerá que ha sido de forma “violenta”, y se considerará violencia. No se trata de dónde se pone la carga de prueba, ni de garantizar los derechos fundamentales. Se trata de que vivimos, en 2019, en una sociedad que considera que los cuerpos de las mujeres son espacios de conquista, sin agencia propia, y que sólo puede reivindicar respeto si han demostrado ser merecedoras de ello.

Considera la periodista que los medios de comunicación plantean la violencia sexual como una consecuencia casi inexorable de ejercer una feminidad subversiva o -simplemente- de salirse de las estrechas veredas de la feminidad obediente, subalterna, pasiva y poco estridente. en los medios de comunicación.

En 2019, se sigue buscando una explicación para la “reacción” del agresor, como si no fuera un comportamiento legitimado a todos los niveles por la sociedad. Se sigue marcando el perfil del agresor desde su origen, su historial delictivo, sus antecedentes vitales o las posibles explicaciones a su “anormalidad”, como si no se tratara del comportamiento esperable de seres que, situados en el privilegio, entienden la violencia como una herramienta más para conseguir lo que se les niega y que creen tener derecho a conseguir.

Por otra parte, se busca en la biografía de la víctima la explicación de su “mala suerte”, como si no se tratara de un elemento inseparable de la feminidad: la exposición continua y aleatoria a todas las formas posibles de violencia ejercida por quienes consideran la superioridad su posición “natural”.